Reflexiones sobre 1990 y 2016 ¿Cuál es el PRD?

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Si se realiza una serie de tiempo del PRD 1962-2012 y no se verifica un cambio de siglas, esto no se debe solo a una realidad legal, sino, más importante, a una realidad sociopolítica. Entenderlo necesita echar un vistazo a varios acontecimientos relevantes.

Omar Alejandro Pérez
Coordinador

 

(Santo Domingo, 21 de noviembre de 2014). La coyuntura del PRD/PRM 2012-2020 tiene varias similitudes con la vivida por ese partido entre 1986 y 1994. En aquellos años, Peña Gómez dio continuidad al sentimiento perredeísta apoyado en su liderazgo y además, en haber conseguido que su fracción y su candidatura presidencial se presentaran en las elecciones de 1990 ostentando las siglas oficiales del PRD. La fracción adversa, la de Majluta, lo hizo bajo las siglas del PRI.

Si se realiza una serie de tiempo del PRD 1962-2012 y no se verifica un cambio de siglas, esto no se debe solo a una realidad legal, sino, más importante, a una realidad sociopolítica. Entenderlo necesita echar un vistazo a varios acontecimientos relevantes.

Hacia el PRD de los 90

Según narra Sandino Grullón (2006), en los 70 Peña Gómez había dicho que todos (Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y Jacobo Majluta) serían presidentes de la República si no se desesperaban y en la décima convención ordinaria, cuando se eligió a Jorge Blanco como candidato presidencial del PRD para 1982, Peña Gómez indicó que “el licenciado Jacobo Majluta definitivamente será el candidato presidencial que el PRD llevará en el año 1986”. En 1982, Jorge Blanco asumió la Presidencia de la República y en 1985, Majluta fue elegido presidente del Senado, perfilándose, efectivamente, como el candidato natural del PRD.

Sin embargo, las tensiones entre las diferentes corrientes, generadas por desacuerdos en torno al contrato de la Presa Madrigal, no tardaron en aparecer. Para el gobernante PRD, la crisis no se limitaba a una abierta tensión entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, sino que además impulsó, siguiendo a Grullón, al sector del presidente a buscar un candidato diferente a Majluta.  

Las cosas se complicaron dentro del partido oficialista (PRD) cuando el entonces síndico del Distrito Nacional, José Francisco Peña Gómez, tras haberse recuperado de una afección cardíaca, indicó que optaría por la candidatura presidencial. El incremento de las tensiones llegó a tal punto, que como planes de contingencia Peña Gómez promovió la creación del “Bloque Institucional” y como contraparte, se creó “La Estructura”, dirigido por Andrés Vanderhorst, en apoyo a Majluta.

El 24 de noviembre de 1985 se celebró la XII Convención en el Hotel Concorde, la cual terminó en disparos. Luego de varias semanas de tranque y la mediación de varias personalidades, la solución vino dada por el pacto “La Unión”, en el que se acordó, entre otras cosas, que Majluta sería el candidato presidencial y Peña Gómez el vicepresidencial, además que este último ocuparía la presidencia del partido con poderes extraordinarios. El Pacto apareció en la primera página de Listín Diario de fecha 28 de enero de 1986. Grullón (2006) califica como una indelicadeza no haber permitido que Peña Gómez hiciera el anuncio de la solución adoptada. Acorde con el autor, esto llevó a Peña Gómez a declinar la candidatura vicepresidencial que puso al PRD al borde de la derrota electoral. Efectivamente, luego de una crisis durante los escrutinios en 1986, el PRD fue declarado perdedor.

Todas las circunstancias de la campaña política y el certamen habían dejado la crisis latente. En junio de 1987 la Comisión Política del PRD, presidida por Peña Gómez, decidió expulsar a Jacobo Majluta, Winston Arnaud, Tony Raful y Tonty Rutinel, entre muchos otros. Sin embargo, en una reunión posterior, Majluta logró la presencia de 35 de 69 miembros del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), en la cual se declararon ilegales las medidas tomadas por la Comisión y se reafirmaron en sus cargos a los dirigentes municipales y zonales expulsados (Grullón, 2006). Varias veces más los grupos convocaron órganos separadamente e impugnaron las resoluciones adoptadas por el grupo contrario, hasta que Majluta y Peña Gómez realizaron una reunión con monseñor Agripino Núñez Collado, donde aceptaron la mediación de una comisión, la cual fechó la convención para el 21 de mayo de 1989. Discrepancias en la verificación de los comités de base y obstáculos de procedimientos, así como la ocupación por parte de hombres armados de la Casa Nacional hicieron que esta reunión zozobrase. Tanto Grullón (2006) como Justo Duarte (2012) narran que mientras eso sucedía Majluta se declaraba ganador de una convención no realizada. La proclamación de Majluta fue interpretada por Hatuey De Camps como una liquidación de “los procesos unitarios en lo que estaban enfrascados todos los sectores del país”.

El intento de solución nuevamente vino dado por un pacto. Esta vez, narra Grullón (2006), escrito a puño y letra por Hatuey De Camps. Entre otras cosas, esta nueva salida indicaba: 1) la abstención electoral del PRD en 1990, 2) la no utilización de los locales en actividad alguna, 3) la formación de organizaciones identificadas por cada grupo, de las cuales la que obtenga mayor cantidad de votos en 1990 se quedará con el control del PRD, y 4) el color blanco sería la base común de las organizaciones creadas, diferenciadas por una raya de otro color, siendo la de color azul la correspondiente a la de Peña Gómez. Las partes firmaron el pacto, al cual puede llamarse “Pacto de Congelación del PRD”.

Sin embargo, Grullón (2006) señala que actores del perredeísmo, entre los que figuran Ivellisse Prats de Pérez, Vicente Sánchez Baret y el mismo Hatuey De Camps, quedaron descontentos con la solución. Justo Duarte (2012) agrega a ese grupo a Ángel Miolán y a Rafael Abinader. Pese al Pacto de Congelación, otra reunión del CEN fue convocada con el objetivo de que participaran todos sus miembros sin importar corrientes. Majluta viajó a Estados Unidos y ordenó a sus seguidores que tampoco asistieran, cosa que no todos acataron. Finalmente, Peña Gómez terminaría con el control del PRD, lo que sería refrendado por la JCE.

La Resolución núm. 1-90, fechada el 12 de enero de 1990, otorgó reconocimiento al Partido Revolucionario Independiente (PRI) y al Bloque Institucional Socialdemócrata (BIS). El primero representado por Arturo Martínez Moya y el segundo por Hipólito Mejía. Acercándose las elecciones, febrero se convertiría en un mes insólito para la vida partidaria dominicana.

Febrero: el mes de las convenciones separadas

En general, el panorama político era agitado para los tres partidos. Dentro del PRSC se libraba un batalla frontal entre Fernando Álvarez Bogart y Joaquín Balaguer por la candidatura presidencial del PRSC y de ambos sectores reformistas se levantaban impugnaciones sobre las actividades realizadas el otro (Galán & Cáceres, 1990). De igual forma, la Resolución núm. 1-90 también reconoció al Partido Popular del Pueblo (PPP), de Rafael Alburquerque, quien había salido del PLD y se declaraba contrincante de Juan Bosch. En el PRD, aunque Majluta ya tenía el PRI continuaba impugnando los actos de Peña Gómez y lo mismo hacia José Rafael Abinader dentro del PRD (Encarnación, 1990a). Pero lo verdaderamente insólito fue la celebración de procesos eleccionarios internos paralelos tanto en el PRD como en el PRSC (El Nacional, 1990; Encarnación, 1990b).   

Respecto a las actividades en el PRD, la prensa se vio obligada a distinguir “Convención PRD-Peña” y “Convención PRD-Abinader”. El 18 de junio el PRD-Peña celebró su proceso eleccionario interno en el que Peña Gómez venció a Ángel Miolán. Sin embargo, Abinader había realizado otro proceso y señalaba que el realizado por Peña Gómez correspondía en realidad al BIS. En el proceso de Abinader, según las declaraciones de su vocero, Javier Peña Núñez, se había distribuido una boleta que incluía la cara de Peña Gómez, mientras en la primera no había sido incluida la de Abinader (Encarnación, 1990c).

Finalmente, en las elecciones de 1990, Peña Gómez fue el candidato oficial del PRD, Majluta del PRI y Abinader del Partido Acción Constitucional (PAC). El PRD obtuvo su peor resultado electoral (23.2 % con aliados) ocupando por primera y única vez el tercer lugar en unas elecciones. Balaguer, acorde con los resultados oficiales y en ausencia de segunda vuelta, se impuso con poco más de la tercera parte del electorado (PRSC y aliados, 35.1 %) por sobre el 33.8 % de Juan Bosch (PLD y aliados). Majluta y Abinader obtuvieron 7.0 % y 0.25 % respectivamente.

Con estos resultados, Sandino Grullón (2006) narra la forma en que él mismo y otros promovieron “regresar al PRD con condiciones honorables”, que con el visto bueno de Peña Gómez incluiría el regreso al PRD de dirigentes en el PRI con los mismos cargos que ostentaban en esa organización, incluyendo una vicepresidencia para Víctor Arnaud. Cita además la existencia de un documento (el Pacto de Congelación del PRD) que especificaba que “el que lograra el mayor número de votos entre Peña Gómez y Majluta, este se quedaría con el PRD”. Finalmente, Peña Gómez logró la reunificación del partido y realizó modificaciones en su estructura orgánica. Pero el éxito de Peña Gómez no solo se confirmó dentro del PRD, sino que las elecciones de 1994 fueron prácticamente ganadas por ese partido.

1990 y 2016: Historia y porvenir

Peña Gómez logró quedarse con las siglas del PRD y los locales, pero un partido es mucho más que eso. En la introducción de su libro, Alcántara & Freidenberg (2001) señalan que los partidos se pueden observar desde varios puntos: 1) el partido como una organización burocrática, 2) el partido como organización voluntaria de miembros (militancia), 3) como organización electoral, 4) como organización legislativa y 5) como organización en el gobierno. Las dos primeras corresponden al ámbito interno del partido y las últimas tres al ámbito externo.

 En la lucha por la unificación del PRD en torno a su liderazgo, Peña Gómez superó a sus adversarios en todos los puntos, a excepción del último que no pudo materializar, pero estuvo más cerca.

Si se quiere mirar el año 2016, es probable que hoy respecto al PRD (incluyendo al PRM) exista una nebulosa tan densa como para quienes miraron el 1990 en los últimos tres años de la década de 1980. Pero si las encuestas son un buen augurio, el sector que hoy ostenta las siglas y que con ello puede decirse que triunfó en una parte importante de lo burocrático, no puede cantar victoria en lo electoral, lo legislativo ni como organización voluntaria (militancia). Y son precisamente estos elementos los que los analistas veremos para proclamar donde está la continuación real del PRD, coincidan o no con la posesión de las siglas.

Aunque en el caso del PRD las siglas son un factor importantísimo, no pesan más que la militancia y la fuerza electoral. Por ejemplo, cuando Mainwaring y Torcal (2005) y Mainwaring y Zoco (2007) calculan la volatilidad electoral, indicador que utiliza una pareja de elecciones sucesivas, en algunos casos se enfrentan a la dificultad de que un partido se presentó dividido en la segunda elección. En estos casos toman como continuación del partido original la división más grande (la de más votos). Como se ve, el Pacto de Congelación del PRD redactado por De Camps en 1989 comparte la intuición de grandes politólogos.

Sin embargo, pese a que en la actualidad no hay ningún pacto que cumplir ni romper respecto de las elecciones de 2016, la suerte del PRD se vislumbra similar. Si como entonces, ningún grupo cede, el PRD y el PRM se enfrentarían en 2016 y si hubiere una diferencia notable, sería en 2020 cuando el grupo más votado pueda presentarse como el continuador indiscutido del perredeísmo. Por otro lado, el PRM, grupo que se proclama y utiliza su posicionamiento en las encuestas para decirse ‒como Peña Gómez‒ ganador por aclamación popular, no es el que se ve más capacitado para conseguir lo que Peña Gómez consiguió en lo burocrático, siempre apoyado en los poderes extraordinarios que le habían sido concedidos por el pacto “La Unión”. Es el PRD institucional (salvo que un esperado fallo del TSE lo cambie todo) el que parece haber conquistado la disciplina partidaria.

¿Ni el PRD ni el PRM cederán y será el año 2016 solamente una contienda por la herencia histórica del perredeísmo?, ¿habrá un repentino consenso que evite un descalabro electoral del partido de Peña Gómez? o ¿una de las divisiones podrá por sí sola dar una improbable sorpresa? Son preguntas difíciles y si se responde positivamente a la primera, hay que preguntarse: ¿logrará el PRM llevar una candidatura fuerte? Para complicarlo más, si no hay acercamientos PRD-PRM y en el PRM no se logra cuajar una candidatura sólida, ¿podrá el PLD aguantar la ausencia de un enemigo externo que lo unifique en el interior?.  

Ciertamente, las preguntas anteriores conciernen no solo al PRD, sino también al sistema de partidos. Si todas se responden de forma desfavorable, el sistema político dominicano ‒que con tantos problemas al menos goza de tener uno de los sistemas de partidos más estables de América Latina‒, podría flaquear. Podría conducirse no a la exageración del “sistema de partido único”, sino a un sistema de partidos mucho menos institucionalizado; siendo pesimistas, podría llegarse inclusive al colapso del sistema de partidos. Esto suele significar más personalismo y menos equilibrio público/privado en el diseño de las políticas.  

Para finalizar, en 2016 ¿cuál PRD? Si se presenta dividido, la respuesta es el que logre concertar mayor apoyo del voto duro tradicional perredeísta; ¿hacia dónde va el sistema de partidos? Descontando las variables estructurales (institucionalización del sistema de partidos, alineamiento bipolar del electorado, cultura política clientelar, diferenciación programática e ideológica de los partidos, regulación jurídica) la siguiente etapa del sistema de partidos se ve a merced del grado de responsabilidad de los liderazgos[i].

Referencias

Alcántara, M., & Freidenberg, F. (2001). Los partidos políticos en América Latina. México: Fondo de Cultura Económica.

Encarnación, N. (1990a, 14 de febrero). Estima JCE no puede dejar fuera al PRD. El Nacional, pág. 14

________. (1990b, 12 de febrero). El otro PRD. El Nacional, pág. 6

________. (1990c, 20 de febrero). Asegura Abinader aventajó a Peña. El Nacional, pág. 32

Galán, J., & Cáceres, A. (1990, 10 de febrero). Caos en la convención del PRSC. Sacan a todos los periodistas del local donde se ejecuta. El Nacional, pág. 1,5.

Grullón, S. (2006). Historia electoral dominicana siglo XX: 1900-2004. Santo Domingo.

Justo, A. (2012). Historia política domnicana contemporánea. Santo Domingo: Editorial Santuario.

Mainwaring, S., & Torcal, M. (2005, 26 de abril). Universidad Autónoma de Madrid. Obtenido de Working papers online series.

Mainwaring, S., & Zoco, E. (2007). Secuencias políticas y estabilización de la competencia partidista: volatilidad electoral en viejas y nuevas democracias. América Latina Hoy, 147-171.

Partidos realizan hoy varias actividades. El Nacional (1990, 11 de febrero de 1990). Recuperado de www.elnacional.com.do

Stein, E., Tommasi, M., Echebarría, K., & Payne, M. (2006). La política de las políticas públicas. Progreso económico y social en América Latina. Washington, D.C.: BID.



[i] Aquí se utiliza el término responsable en el sentido que en Stein et. al. (2006) hablan de liderazgo funcional. En esa publicación se define el concepto liderazgo como “la capacidad que tienen los individuos para ejercer una influencia que vaya más allá del alcance de su autoridad formal” (pág. 14) y distinguen entre liderazgo funcional y liderazgo disfuncional. El funcional es el “que facilita la cooperación y las negociaciones intertemporales que mejoran la calidad de la política pública” (pág. 14); es el que “puede alentar procesos deliberativos que permitan que las políticas y las instituciones se adapten a las necesidades y demandas de la sociedad” (pág. 10).  El disfuncional  se caracteriza por la concentración de poder en un solo individuo. Tiene el efecto opuesto, es decir, no contribuye al desarrollo institucional, pues la acumulación de poder  permite a los líderes “lograr que se hagan las cosas, sí, pero a costa del debilitamiento de las instituciones”.  Si esto se extrapola a la vida interna de los partidos, los liderazgos funcionales serán aquellos que en la búsqueda de sus objetivos no pongan en peligro la  estabilidad de la organización ni transgredan los mecanismos institucionales; serán los que alenten procesos deliberativos que se adapten a la expectativas de los militantes y los ideales del partido.